¿Hay algo más doloroso que ver sufrir a un hijo? ¿Existe algo más desgarrador que ver la tristeza en los ojos de ese ser que tuviste nueve meses en tu vientre, ese bebé que amabas con locura incluso antes de conocerlo? La vida nos puede hacer daño a nosotras de mil maneras, pero que el dolor, la pena, y la tristeza le llegue a un hijo, es algo completamente diferente.
Desde que nos confirma el ginecólogo que estamos embarazadas y comienza a crecer en nuestro vientre esta nueva vida, las madres nos preguntamos ¿cómo serán sus ojitos, de qué color tendrá el pelo, se parecerá a mí o al papá? Dudas que todas tenemos, aun cuando lo único que realmente nos importa es que sea sanito, que tenga diez dedos en las manos y diez en los pies. Y estamos los nueve meses imaginándolo y esperando que llegue el tan esperado día en que podamos tener a ese bebé en nuestros brazos.
Cuando nacen, somos capaces de todo por ellos. Pasamos meses amamantando, con dolores en los pechos y viviendo miles de situaciones propias de los primeros meses de vida… pero verlos sonreír es el mejor remedio para cualquier mal. Luego empiezan a crecer, y pretendemos seguir protegiéndolos contra viento y marea. Pero como decía sabiamente mi abuelo, niños chicos problemas chicos, niños grandes problemas enormes…y es la pura y santa verdad.
Ya no nos preocupamos de que no se vayan a caer y romper una rodilla; ahora nos desvelamos porque nadie les vaya a romper el corazón, que sean valientes para enfrentar cualquier adversidad porque ¡pucha que es difícil la vida!
Pero, ¿qué pasa cuando tu hijo sufre, cuando le destrozan el alma en mil pedazos, cuando una amiga/o lo defrauda, cuando no logra conseguir sus objetivos, cuando llora sintiendo que no puede más, y colapsa? ¿Qué pasa cuando te das cuenta que tu amor ya no es el remedio que necesita, que no le sirve, que está triste, y que no puedes hacer nada? Es desgarrador. La culpa te comienza a atormentar, sientes que hiciste algo mal, o que no hiciste lo suficiente; reniegas de las elecciones que tomaste en la vida, te arrepientes de otras que no tomaste y que podrían haber cambiado la historia.
Es muy doloroso tener que secarle las lágrimas a ese niño que ya creció, y no poder arrancar toda su pena y su tristeza de raíz. Qué ganas de volver el tiempo atrás, y devolverlo a la guatita, donde estaba feliz y protegido, donde nadie podía hacerle daño, donde era solo tuyo. Qué ganas de traspasarnos todo su dolor, porque a nosotras, las madres, nos puede pasar de todo, pero por nuestros hijos nos volvemos inmesamente fuertes.
¡Qué impotencia! ¿Cómo poder calmar nuestra rabia, nuestra ira frente a aquellos que están dañando y haciendo sufrir a quienes más amamos? ¿Cómo entender que es parte de la vida que les toca vivir? ¿Cómo logramos aceptar que algún día no estaremos junto a ellos para defenderlos y que deben aprender a hacerlo solos, y darles las herramientas para que puedan salir adelante? ¿Cómo criar niños más fuertes, que no sufran?
A mí me rompe el alma ver padecer a mis hijos, verlos llorar por algo y sentirme impotente; sentir que quizás podría haber evitado ese dolor, me descontrola.
Yo veo a mi madre sufrir por nosotros, sus hijos, por cualquier cosa… una enfermedad, una desilusión, una pena de amor (y eso que ya tenemos todos sobre 30 años). Y yo hoy sufro por mi hija, por la pena que tiene, por sentirme impotente y no poder sanar su corazón. Sufro porque me siento culpable de su dolor, porque tuve pésimas elecciones, y si hubiese sido más cuidadosa, ella no estaría angustiada como está. Sufro por verla llorar, porque siento que mi amor y mis miles de regaloneos no van a terminar con su pesar. Sufro porque es mi pequeña, y porque he luchado toda la vida para que ella no viva ninguna aflicción, y aún así, esta vida de mierda es cruel. No importa lo que hagas para proteger a tus hijos, igual en algún minuto les tocará angustiarse.
Solo confío en que todo lo que le he entregado a mi hija, toda esa fuerza y valentía que le he inculcado desde chica le sirva para salir adelante; y que este dolor que siente hoy sea solo un capítulo más en el gran libro de su vida. Y sé que ella tiene la seguridad de saber que la amo con toda el alma, que estoy dispuesta a dar la vida por ella y su hermano, y que no importa lo que nos tenga deparado el destino… el amor es más fuerte, y juntos somos más. Y mi niña lo logrará, porque mi pequeña es una guerrera, es una hija del rigor, ella tiene el corazón más puro y grandioso del mundo, y toda la pena que siente hoy se irá, y volverá a sonreír sin parar. Yo volveré a decirle: “Pao basta, pareces loca riéndote tanto”; y ella me contestará: “Mamita, en la vida solo hay que reír y ser feliz, por que la vida es una sola”.
Y tal como canta Marc Anthony, “voy a reír, voy a cantar, vivir mi vida…”; si hay algo que puedo asegurarte pequeña mía, es que vas a volver a sentirte bien y a ser muy feliz, ¡te lo juro!, palabra de MAMÁ.